Ballena telepática
por: Alejandro Martínez Gowman | 1101 palabras | ¿Ballenas o gas?
La empresa estaba por terminar de colocar el último tramo del oleoducto, orgullosa de su buen trabajo cumpliendo su contrato a tiempo, y tratando de no observar el gran camino de destrucción que dejó en todo su trayecto: corales, peces, algas; toda la vida submarina en general estaba ausente, dejaba un desierto acuático por arrastre y por los productos químicos utilizados. Eso no importaba a nadie. Bueno a ningún humano.
Con un gran esfuerzo la ballena intentó comunicarse mentalmente con el director de la obra, le mandó múltiples y desesperados mensajes por distintos canales de comunicación, eran otra vez señales telepáticas que no llegaban a destino. Siempre habían tratado de hacerlo con los hombres, pero ellos ya habían perdido esta capacidad de comunicación.
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Por fin algo sucedió en el cerebro del director, cuando inexplicablemente pudo escuchar y comprender el pensamiento del cetáceo. No fue una comunicación con palabras, ni sílabas precisas, sintió que le gritaban. La ballena le envió una gran cantidad de información: sensaciones de angustia para la comprensión humana, mostrándole su derecho a vivir, a existir. En un segundo recibió tal información como un golpe de datos en bloque junto con un sonido grave infrasónico. El jefe de la empresa cayó de rodillas, en llanto, imaginando vivamente a sus propios hijos de cinco, ocho y diez años, como si los estuviera observando a pocos metros en su casa, sin explicaciones, su familia destruida, su casa, sus bienes, sillas, mesas, camas, televisiones, cada habitación, sacados a la fuerza hacia la calle por el ejército poderosísimo con tanques de guerra y armas letales, dejando a los sobrevivientes solos y heridos. Había dejado sola a su familia mientras él estaba lejos construyendo el oleoducto.
El mensaje le hizo comprender que eso mismo que sentía, los humanos lo estaban haciendo con las ballenas, en su hogar acuático.
Después de esta sensación telepática, el jefe de la empresa inmediatamente dio instrucciones a sus subordinados de parar toda la obra. Trató de explicar sus motivos, sin éxito, se burlaron de él diciendo que había enloquecido y lo mandaron a hacerse exámenes psicológicos. Luego de que sus exámenes salieran bien, ordenó arrojar todos los materiales al fondo del mar pero no le hicieron caso y lo encerraron en una habitación, aún con la excusa de su cordura.
La ballena entonces mandó un impulso mental más grande y potente que abarcó a todos los demás trabajadores, a los cuales les sucedió lo mismo que al jefe. Cada uno de ellos imaginó a sus familiares y seres queridos, madres, padres hijos, novias, esposas en una situación peligrosa y comprometedora.
Todos cayeron de rodillas llorando y pidiendo perdón al océano y a la ballena, tuvieron deseos de comunicarse inmediatamente con sus familias para ver si se encontraban bien. La ballena les había enviado paquetes mentales con información cerebral directa a cada uno.
La obra se canceló a petición de todos los de esa empresa, los dueños del oleoducto y demás políticos extrañados tuvieron que contratar a otra empresa para que terminara su construcción.
La siguiente empresa de construcción llegó de una manera arrogante y déspota, con desprecio por todo, pregonando a los cuatro vientos que por fin habían contratado a los buenos trabajadores. La anterior había dejado el trabajo inconcluso, desconocían el motivo, pero venían a terminarlo.
Cuando llegaron los primeros buques con materiales de acero, se sorprendieron de que justo en el tramo donde iban a continuar el trabajo estaban cinco ballenas esperándolos, como si estuvieran protegiendo la zona de frente a los buques, no los dejarían pasar y los buques no se retiraron tampoco. La ballena les envió como antes bloques de información subsónica tratando de advertir a los trabajadores de la nueva empresa, pero a estos no les llegó nada de información a su primitivo cerebro que solo usaban para el ocio, trabajar y comer.
Las ballenas no tuvieron más remedio. En un instante, las cinco ballenas tomaron impulso, se elevaron hacia el cielo y cayeron sobre cada buque partiéndolo en dos partes. Los trabajadores humanos nadaban desesperados, las ballenas los tragaban como si fueran sardinas. Una vez dentro, los sumergían profundamente. Después salían a la superficie rápidamente abriendo sus enormes fauces, parecía como si los humanos estuvieran dentro de un costal o el remolino gigante de una licuadora. Los hombres eran expulsados de las fauces de las ballenas como si se enjuagaran la boca de lado a lado, la mayoría de los trabajadores sufrieron compresión y descompresión brusca en sus cuerpos, provocando que estallaran como si fuesen una ciruela roja madura, escuchándose pop pop pop como palomitas de maíz al reventarse. Los ojos les salían de sus órbitas, otros colapsaron como uvas pasas, los pulmones se reventaban como globos inflados en exceso, dejando una espuma rosada en gran cantidad. Decenas de cuerpos eran regurgitados, llenando con una leve coloración rojiza el agua cercana. Por el espiráculo de los cetáceos salía un agua rosada, recordando a Moby Dick y la lucha en esta situación. Las ballenas habían sido obligadas a cometer ese pequeño castigo contra el ser humano, por lo que habían hecho con su océano, su hábitat; ellas y la naturaleza estaban hablando el único lenguaje que entendían estos seres humanos, la violencia.
Nuevamente, los políticos y los poderosos dueños de compañías, deseosas de vender gas y petróleo a otros países, tuvieron que llevar otra compañía constructora, acompañados esta vez de una flota de barcos balleneros arponeros con una cuantiosa recompensa para quien destruyera a las ballenas asesinas. Habían convencido al resto de la humanidad de su peligro como si hubiesen atacado a un crucero transatlántico con pasajeros. La batalla naval se llevaría a cabo. Por un lado: los barcos balleneros, que al momento de divisar a las ballenas o a cualquier pez inmediatamente les disparaban con escopetas, arpones, incluso llevaban ametralladoras y granadas, y por aire los acompañaban aviones bombarderos y drones. Por el otro: las ballenas, que solo querían conservar su derecho a vivir, a sobrevivir, a existir. Ante todo este armamento solo hubo un vencedor unánime: las ballenas. Todas juntas en un segundo destruyeron todo, fue un segundo de telequinesis subsónica mental.
Las ballenas habían conseguido la habilidad de defenderse, provocando la caída de todos los vehículos y artefactos producidos por el hombre. En esta ocasión los dejaron retirarse con la advertencia: aléjense, déjennos vivir en paz, así como nosotros también los dejamos vivir hoy, no destruyan nuestros océanos. Se retiraron, pero aun así, ocasionalmente los humanos contratan otra compañía para tratar de exterminarlas y proseguir con el trabajo del ducto, pero siempre son combatidos por las magníficas, poderosas y telequinéticas ballenas.
Alejandro Martínez Gowman
Alejandro Martínez Gowman (Dr. Almago). Es Médico egresado de la Universidad Autónoma de Guadalajara y Pediatra por la Universidad Autónoma de Nuevo León. Habita en Chapala, Jalisco, México, desde hace más de una década. Lector con la oportunidad de conocer la creación literaria en las antologías Beberse un lago a cuentagotas (Ediciones El Viaje, 2021), Terror: Antología Gore (Editorial Lebrí, 2024). Asistente en diversos talleres literarios, actualmente escribe en la revista Página que sí se lee, colaborador en presentaciones de libros de compañeros escritores y artistas con gran gusto por la literatura.