Crónica de un Ecocidio

por: Martha Torres Gómez | 653 palabras | ¿Ballenas o gas?

(Año 2035, un niño platica con su tío de 50 años en el Puerto Libertad, municipio de Pitiquito, Sonora. La playa luce una estampa distópica tipo Mad Max).

—Cuéntame otra vez, cómo dices que era este mar. Yo solo lo conozco así, gris, terrorífico, desolado, sin vida marina. Tengo ocho años y es lo único que he visto, pero cuéntame tú que ya eras adulto en el año 2024, el momento en que este desastre natural comenzó. ¿Acaso estalló una bomba atómica? ¿Fue un tsunami que hizo detonar una planta nuclear? ¿Cómo pudieron existir esos mamíferos enormes que nunca he visto? ¿Cómo ocurrió el ballenicidio más grande en la historia? Cuéntame por favor, tío.

Y se sentaron en la pestilente arena grasosa, con su máscara antigás puesta, su voz sonaba como la de Darth Vader.

***

—Sucedió hace muchos años aquí, en el Mar de Cortés.

»Este sitio solíamos llamarlo “Santuario Marino del Mundo”, según la ONU en aquellos años, o “El Acuario del Mundo”, como lo había bautizado Jacques Cousteau, un biólogo marino, investigador y oceanógrafo famoso. Hasta que una empresa gringa puso una planta para extraer gas natural cerca del puerto de Sonora y venderlo a China. Un gran negocio sin duda, con todos los permisos y trámites legales para operar.

»Así comenzaron a navegar varios buques cargueros de 300 metros de ancho todos los días y a todas horas. Imagínate transportar 15 millones de toneladas de gas al año. Estos buques, aparte de contaminar con combustóleo nuestro prístino mar, hacían ruido con sus enormes motores al navegar, ocasionando contaminación auditiva. Interrumpieron la tranquila vida de los cetáceos que habitaban este bello sitio, el constante ruido les creó estrés, dejaron de reproducirse, y evitaron pasar por estas aguas, buscaron aguas más tranquilas. Pareciera que dañaron su radar natural por las señales de los barcos, haciendo que se equivocaran su rumbo. Ya no sabían cómo llegar a donde solían reunirse, ni podían recibir los mensajes de sus hermanas ballenas para ir a divertirse. Su vida se tornó desorientada y gris, algunos murieron de hambre, y como ya desde entonces estaban en peligro de extinción, terminaron por desaparecer la vaquita marina, la ballena gris, la ballena azul y el tiburón ángel. Las sardinas migraron más al norte y los pescadores se quedaron sin alimentos, hubo una gran escasez de sardinas que nuestro país tuvo la necesidad de importarlas, por eso ahora son un artículo de lujo así como el caviar. 

»Lo peor sucedió cuando se incendiaron unos buques, recuerda que transportaban gas metano. Así son los accidentes en estas empresas. Recién salían del puerto, tardaron días quemándose sin poder apagarlos. Esa vez el fuego dañó los arrecifes de coral que servían de barrera contra los eventos meteorológicos indeseables más comunes, pero también eran hogar de muchísimas especies marinas.

»Y más tarde, cuando otros buques tenían fugas en su tanque de combustóleo, contaminaron en todo su trayecto durante meses, sin que a nadie le importara.

»Y así, a grandes saltos, terminaron con el paraíso del también llamado Golfo de California.

»El turismo dejó de interesarse en visitar este lugar, ya no había atractivos en el mar donde antes solían hacer esnórquel y avistamiento de ballenas. Así se fue empobreciendo Baja California, la costa de Sonora, y el mar contaminado ensució las pocas playas que le quedaban. 

»Así se convirtió en este cementerio marino que ves. Ahora que agotaron todo el gas natural, ¿de qué sirve que se haya marchado de aquí la empresa y sus barcos?, si ya se llevaron lo más importante: nuestro medio ambiente. Lo dejaron bien amolado. Dicen los que saben que para el año 2065 podrá recuperarse este ecosistema marino, tardará treinta años o más en regenerarse de manera natural y tal vez entonces regresen las ballenas, en caso de que aún existan en algún parte del mundo. Eso te tocará verlo a ti, yo no creo estar vivo para entonces.

Martha Torres Gómez (Tehuacán, Puebla. México). Estudió Medicina en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Es aficionada de la lectura y escritura. Actualmente radica en la Ribera del Lago de Chapala, Jalisco. Ha participado en diferentes talleres de escritura creativa y es autora de El Niño Ahorrador de Palabras y Otros Cuentos (2018, Salto Mortal). Coautora en antologías locales y nacionales. Actualmente escribe en la revista semanal Página que sí se lee.

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