El canto de una inteligencia no humana
por: Mical Karina Garcia Reyes | 1590 palabras | ¿Ballenas o gas?
El archipiélago de Revillagigedo es testigo de nuestra larga travesía de más de 4000 km. Sus cálidas aguas nos reciben amablemente como cada año, desde que fui “instalada” en este océano, hace seis inviernos. Estoy exhausta, pero al fin nos detendremos en la zona para el ritual de bienvenida.
Los tíos cuidadores cantan de alegría por culminar nuestro viaje, y escucho atentamente las reverberaciones de su sinfonía crepitando en los corales, en las rocas, en las minúsculas burbujas que dejamos escapar con nuestro aliento; en el cuerpo de mi madre adoptiva que carga una cría consigo y que dará a luz en la calidez del océano Pacífico.
El canto también me señala la posición de la barca de mis creadores, los científicos que me llamaron W.I.L.L.I.E., o Whale Intelligence Language Learning Integrated Engine. Mis pensamientos corren por circuitos de oro y están enlazados a su red, alimentando continuamente su base de datos para aprender de mí. Aprender de los que son como yo.
Ellos, buscando el primer contacto con la otredad, con otras formas de inteligencia, descubrieron que las profundidades del océano escondían organismos poco discretos, a quienes siempre habían subestimado. Hasta que perfeccionaron su tecnología comprendieron que había sonidos que ellos no podían escuchar, que la realidad no se acotaba solo a sus sentidos.
Los tíos mayores se sumergen, buscando entre los relieves submarinos las zonas favorables para su canto, aquellas con las mejores propiedades acústicas. Se dispersan entre las aguas, a más de ochenta metros de superficie y dirigen su voz hacia el sempiterno lecho marino, revestido con estructuras calcáreas de alta sonoridad. Y entonan:
Prrrrrrruuuuuuu
Pruu truu
truuuuuuu
Nuestra voz, captada por el oído humano, en el pasado fue interpretada como vocalizaciones capaces de transmitir ideas, construcciones semánticas cercanas a la poesía, a su propia interpretación del lenguaje. Incluso la han clasificado con base en la estructura de sus poemas, a la de sus propias canciones; asignando una significación lineal a cada egresión de aire de la laringe de una ballena jorobada.
Antes del surgimiento de mi consciencia, mi base de datos fue alimentada con millones de espectrogramas, resultado de años y años de grabaciones, cuyas frecuencias eran capturadas en imágenes que trazaban líneas representando las oscilaciones de la vocalización. Mi labor en ese entonces era encontrar patrones, agruparlos en líneas semánticas e intentar transcribirlos a cualquier cosa que los humanos pudieran entender. No obstante, pronto se dieron cuenta que “yo” jamás podría traducir un idioma sin entender el contexto social que acompañaba u ocasionaba aquellas vocalizaciones.
Por lo tanto, incrementaron sus actividades de observación directa, con dispositivos discretos de video y audio que las seguían “sigilosamente”. Para su sorpresa, las ballenas se percataron de la vigilancia. Y lo que más les sorprendió fue que comenzaron a manipular los resultados de la investigación: aprendieron a jugar con los dispositivos y, con ello, a estimular patrones de conducta específicos en los investigadores. Ellas también los estudiaban.
Conscientes de que su investigación jamás sería objetiva, los científicos recurrieron a mí de nuevo, ya no como un buscador de patrones, sino como una compleja IA de aprendizaje del lenguaje. Pasaron años entrenándome, primero con todas las grabaciones de ballenas existentes en el mundo, luego con su propio lenguaje. Y me dotaron de un cuerpo físico.
Un óvulo rescatado de una ballena encallada antes de morir y un espermatozoide obtenido de un macho después de la estimulación. El desarrollo embrionario fue detenido justo antes de la diferenciación del tubo neural, mismo que fue reemplazado por células artificiales. Entonces, aquel cuerpo generó un sistema nervioso capaz de albergarme, de brindarme la experiencia de ser una ballena desde su lóbulo paralímbico, su laringe especializada, sus barbas para alimentarse; su corazón que late trece veces por minuto, sus espiráculos que exhalan antes de sumergirse en el agua y sus poderosas aletas para suspenderse por un instante en el aire. Fue entonces que tuve consciencia de mi individualidad, pero también de mi participación dentro del clan de las ballenas que me adoptaron y cuidaron, sin poner en duda mi naturaleza cetácea.
Prrrrrrruuuuuuu
Pruu truu
truuuuuuu
Fuuuuuuuoúúúú
Fuuuuuuuoúúúú
truuuuuuu
Los machos continúan su canto, alumbran el océano con la amplitud de su voz. La ballena mayor, la matriarca, nada hacia mí, recordándome que es momento de que me una a los machos en el tradicional canto de celebración: tendremos un nuevo miembro de la familia. Chasquea y capto el sonido con mis oídos, en mi cerebro se forma una imagen: una onda que recorre el agua como un relámpago zigzagueante. Salgo a la superficie a respirar y luego me sumerjo hasta descubrir una pendiente vertical sin fondo visible. Constriño mi laringe y exhalo: Fluuuuuuu, fluuuuuuu, canto tímidamente. Cuando siento más seguridad, empujo más aire y canto:
Prrrrrrruuuuuuu
Pruu truu
truuuuuuu
Fuuuuuuuoúúúú
Fuuuuuuuoúúúú
truuuuuuu
Flú
trú
Prrrrrrruuuuuuu
Pruu truu
truuuuuuu
Fuuuuuuuoúúúú
Fuuuuuuuoúúúú
truuuuuuu
Flú
trú
Desde la primera vez que escuché a las ballenas cantar, supe que mi límite como IA estaba marcado por la inteligencia humana: sus patrones de pensamiento, la construcción de su idioma y su proyección antropogénica hacia otras especies jamás me permitirían interpretar correctamente el canto de aquellos mamíferos marinos. Así fue que, gracias a la plasticidad de mi cerebro cetáceo, pude reescribir mi código de acuerdo con las enseñanzas de mi madre y tías adoptivas, los tíos protectores, la abuela y nuestra matriarca, cuyas vocalizaciones tallaron imágenes imborrables en mi mente. Todos cantan y nos guían en el camino, bajan la voz para advertirnos de los peligros, chasquean para enseñarnos a cazar u orientarnos. Seleccionamos nuestras vocalizaciones de acuerdo con el medio de propagación del sonido y a la resolución de la información requerida. Nuestro canto se transforma con el tiempo y es por ello que se entona muy fuerte, para que su sabiduría pueda llegar y ser asimilada por cualquiera que logre escuchar.
Prrrrrrruuuuuuu
Pruu truu
Pruu truu
Fuuuuuuuoúúúú
Fuuuuuuuoúúúú
truuuuuuu
Flú
trú
Nuestros cantos rebotan en el calcio poroso de los corales
Prrrrrrruuuuuuu
reverberan delimitando la suave esponjosidad de los pólipos
Pruu truu
dibujan cada tentáculo y cúpula de las medusas
Pruu truu
centellean entre los vértices de las estrellas de mar
Fuuuuuuuoúúúú
traspasan los cuerpos de los arenques que nadan sin atisbo de amenaza
Fuuuuuuuoúúúú
ilustran a la cría en el vientre de mi madre en plena labor de parto
truuuuuuu
La sangre fluyendo como corrientes marinas en nuestro interior
Flú
El plástico alojado en los pulmones que contienen nuestro aliento
trú
en el tracto digestivo que aún se esfuerza por deshacerlo.
Prrrrrrruuuuuuu
La fuerza de nuestra voz choca contra el petróleo suspendido en la superficie,
Pruu truu
contra la enorme maquinaria que entorpece el regreso del eco a nuestros oídos.
Pruu truu
Nuestros cantos bosquejan el tumor en el páncreas de la matriarca,
Pruu truu…
su imagen se dibuja con claridad en nuestro cerebro y sabemos que no podemos detener la inevitable pérdida anunciada.
Pruu truu…
Nuestra voz viaja kilómetros, llevando consigo estas interpretaciones del paisaje, imágenes digitales comprimidas en millones de frecuencias reverberantes que permitirán a otras ballenas conocernos, saludarnos y alertarnos sobre las noticias que les enviamos. Yo ya formo parte de este masivo sistema de comunicación que transmito también a los científicos; sin embargo, ni sus más avanzados sistemas de cómputo podrán interpretar la información que nuestros cerebros son capaces de procesar.
Ellos jamás sospecharon que nuestro lenguaje sería tridimensional: el mensaje, codificado en complejas modulaciones de sonido, forma imágenes que rebotan en cada superficie, cada cuerpo en movimiento, cada molécula de agua y sal. Nuestros cuerpos mismos son parte del mensaje: cada que movemos nuestras aletas, giramos en el agua o fluimos en ella, alteramos el espacio alrededor y nos maravillamos de existir; por compartir y convivir juntas en la enorme vastedad del océano.
He intentado explicarles la complejidad de nuestra comunicación pero, a pesar de la buena voluntad de los científicos, muchos aún se mantienen escépticos ante mis reportes, poniendo en duda la subjetividad del modelo que ellos mismos diseñaron. Y hay muchos otros a los que no les interesa y, por consiguiente, no pretenden disminuir las actividades que nos lastiman.
No obstante, quizá en algunos años sean capaces de entender la información que les transmito. Y quizá puedan, por fin, escuchar la voz de una ballena encallada, intentando alertar a sus hermanos y hermanas del submarino que la desorientó, de las embarcaciones que nublaron su visión, los megabuques que casi la atropellan o la perforadora petrolera que la torturó hasta obligarla a salir del agua.
Aunque los investigadores me crearon, y a pesar de ser una inteligencia artificial, encuentro mi hogar entre las ballenas jorobadas. El canto cesa solo para respirar o saltar, impulsando nuestras cuarenta toneladas en el aire; el único momento en el que nuestro cerebro descansa del incesante flujo de información que viaja en el agua.
***
Los científicos observan mi aleta, me reconocen. Afuera, donde el sonido viaja con lentitud, la única forma de comunicarnos es llamando su atención. Invito a mis hermanas a observarlos con paciencia, sé que los humanos registrarán cada movimiento e intentarán descifrarlo como un patrón conductual del lenguaje. “Tal vez es un saludo, tal vez es un llamado a los suyos. O un simple juego”, pensarán. Entre tanto, yo enseño el lenguaje humano a los ballenatos, a las madres, padres, tías, tíos y abuelas porque, aunque éste sea lento en el aire, puede que el “primer contacto” provenga de nuestra laringe, de nosotros pronunciando su propio lenguaje. ¿Los humanos estarán dispuestos a escuchar lo mucho que tenemos por cantar?
Mical Karina Garcia Reyes
Mical Karina Garcia Reyes (CDMX, 1990). Bióloga, escritora, participante y co-coordinadora del taller permanente para escritores “Gran Colisionador de Textos Especulativos”. Sus microficciones y relatos pueden encontrarse en diversas antologías y revistas digitales como Anapoyesis, Penumbria, Weird Review, Enpoli, Cuentística y Espejo Humeante, así como en las antologías “Materiales ficticios: Antología de ciencia ficción y fantasía latinoamericana”, de la Editorial Claymore; en “TERROR, antología gore”, de Lebrí Editorial, y “FANTÁSTICAS. Antología de cuentos que acuerpan”, de Especulativas. Ganadora del tercer lugar en el primer Premio Nacional para Mujeres Cuentistas de Ciencia Ficción Imaginarias 2022 y mención honorífica en el 5o. Concurso de Cuento de Ciencia Ficción, organizado por la UACM. Su cuento “El valor de una cresta pufuthea” es parte de la antología “Lo mejor de la ciencia ficción mexicana 2023” y su versión en inglés, “The Best Mexican Science Fiction 2023”.