La música y los huesos

por: Luis González | 1846 palabras | ¿Ballenas o gas?

Para Isahir y Lulú ―Jassir y Lola― esta música es para el futuro.

Haxe empujó aquella enorme puerta con sus seis extremidades. El lugar era antiguo, estaba oscuro y olía a humedad. Quizá nadie se había parado ahí en miles de años, porque casi todos los grabados en las paredes permanecían intactos. Todo lo podía identificar de otros archivos: había árboles, aves volando por el cielo, animales corriendo en llanuras y comiendo entre los bosques. Conforme Haxe avanzaba los grabados se volvían más complejos, y al fondo del recinto pudo ver una escena maravillosa.

Ocupaba toda la pared y representaba el único ecosistema que las otras tres paredes no mostraba ni por asomo: el mar. La perspectiva de aquel trabajo artístico mostraba una playa y hacia el fondo la vastedad del agua. Haxe conocía los mares de aquel mundo: eran grises y llenos de contaminantes y basura flotando por ahí. Pero en el relieve del mural el agua estaba limpia, formando complejas formas onduladas sobre su superficie, de las cuales asomaban diferentes criaturas: peces, pulpos, estrellas de mar, cangrejos y algunos corales. El fondo mostraba un cielo limpio iluminado por un sol espléndido. Los cuatro corazones de Haxe latieron con rapidez cuando vio la imagen que ocupaba el centro.

Sobre una roca entre la playa y el mar había una persona, un hombre mirando hacia el horizonte, por lo que Haxe jamás pudo ver su rostro. Era alto, de cuerpo macizo y brazos grandes: el derecho estaba pegado a su costado, y el izquierdo levantado al cielo con el puño cerrado. Las piernas fuertes permanecían firmes sobre la roca, y vestía como las personas que vivían en las playas, con un short, sandalias y sin playera. Sobre la espalda Haxe pudo ver un grabado, pero no entendió el significado. Eran letras, quizá, pero no pudo acceder a ningún idioma conocido a través de su lector-traductor.

Alineado con el personaje humano y más allá rompiendo el horizonte se levantaba otra imagen mastodóntica: un animal marino que se elevaba por encima de la superficie del mar, salpicando agua en diferentes direcciones. El cuerpo era masivo, alargado y con una cabeza deforme, llena de bulbos y rugosidades. Las aletas eran pequeñas en comparación con la enorme mole, y se distinguía una enorme línea curva que representaba la boca, unos diminutos ojos casi pegados a la comisura del hocico y un agujero en la parte posterior.

―Ballena ―susurró Haxe cuando su lector-traductor identificó la imagen del animal, mientras la pantalla mostraba videos del animal en cuestión: enormes seres marinos saltando en la superficie del océano, sumergiéndose, cantando y dando vueltas en curiosos y complejos rituales sociales. El sonido de su canto era impresionante, una especie de lamento largo y poderoso intercalado con cortos chillidos submarinos parecidos a gritos ahogados.

Frente al grabado, ocupando todo el largo de la pared, descansaba un esqueleto gigantesco: era una ballena, ahora sin carne ni órganos, cuyos huesos blanquecinos yacían sobre el suelo polvoso de aquel recinto. Pero no era la única residente del osario: repartidos en todo el lugar, separados por varios metros, había esqueletos humanos, algunos abrazados para siempre, otros descansando a lo largo del suelo, otros más recargados en la pared, esperando algo. Haxe estiró dos de sus extremidades y acarició los huesos de la cabeza de la ballena. Se sentían suaves y fríos. Una lástima que los cadáveres no cantaran.

En medio del recinto Haxe encontró una columna gigantesca, gruesa, con grabados que proclamaban una historia corta alrededor del lugar.

“Este es un santuario de la naturaleza, lo que olvidamos y perdimos por nuestra codicia…”. Vaya, ¡qué interesante! “Los animales y las plantas que la Tierra ya no ofrece los puedes ver aquí, porque el recuerdo no se va…”.

En la base de la columna aparecía una última sentencia: “Desliza tu mano aquí y te mostraremos más. Alabado sea Jassir y la Ballena de la Vida”.

―Muy bien. Supongo que no pierdo nada en ver. La expedición al exterior aún no sale ―se dijo Haxe, revisando la hora y el tiempo que tenía antes de partir. Pasó lo que podría ser su “mano” (una especie de apéndice blando con texturas especiales para manejar los instrumentos táctiles) por la superficie marcada en la columna, que era un sensor metálico de alta tecnología.

El suelo cimbró un poco y el polvo se levantó cuando una especie de manguera se sacudió por debajo de un par de ladrillos. La manguera soltó un pitido y la luz salió de su extremo, proyectando imágenes sobre el techo del recinto, que parecía una bóveda sin grabados ni imágenes. Haxe se percató de que varios de los esqueletos humanos miraban hacia ese punto, como si hubieran muerto mirando las imágenes que el proyector les mostraba.

En el video aparecía un hombre fornido de barba, ojos tranquilos y una sonrisa afable, cabello crespo canoso y con aparatos de la sordera en cada uno de sus oídos. Vestía una playera azul y parecía que estaba en su habitación, por cuya ventana se podía ver la playa y escuchar el mar golpeando la orilla. Era un día claro y la luz del sol era suficiente para iluminar la escena.

―Acabo de regresar del océano. La situación es complicada… ―decía el hombre en la grabación. Mientras hablaba movía las manos de una forma curiosa, como si cada palabra dicha fuera representada con los movimientos de sus dedos. El lector-traductor de Haxe lo identificó como lenguaje de señas, especial para las personas sordas.

»El proyecto “Subsuelo Cero” está empujando a las colonias de ballenas hacia aguas más someras. Dos de ellas amanecieron encalladas, con los tímpanos completamente reventados. Sordas, no pueden guiarse por el canto de sus hermanas y se pierden en la orilla, desesperadas, nadando cada vez más cerca de la playa. 

»Las dos están muertas ahora y todavía no podemos encontrar a los demás ejemplares. Los hemos visto en meses anteriores y llevaban un par de crías. No podemos permitir que el proyecto concluya ―explicaba el hombre en el video, mientras en la pantalla de su lector Haxe veía detalles del proyecto.

“Subsuelo Cero” era una iniciativa de gobiernos de diferentes países para explorar el fondo submarino a través de ondas de sonido que causaban choques sísmicos, lo que ampliaba la imagen submarina a través de un radar especial. Esto ayudaría para conocer a fondo el abismo del océano e incluso ayudar a las empresas a encontrar petróleo, una fuente de energía contaminante que aún se usaba en aquellos días. Haxe buscó noticias de aquel proyecto y noticias de la época relacionadas con el activismo social para evitar la catástrofe. Encontró solo una.

―Quizá reúna a Félix, a Antonio y a sus hermanos, a Doris, a todos. Quiero ir hasta donde están esos culeros y que vean lo que están haciendo ―decía el hombre mientras Haxe revisaba rápidamente el archivo de su lector: “Muere el activista Jassir Reyes y siete de sus compañeros en redada contra proyecto submarino” y la foto del hombre del video, sonriendo en la playa abrazado de una chica menuda de cabello largo rizado, quien quizá fuera su pareja.

―No me van a callar. Que vean lo que les hacen a esos pobres animales, y qué mejor que un pobre animal que también se está quedando sordo. ¿Ya les enseñé el tatuaje que me hice el martes pasado? Miren ―exclamó contento Jassir, volteandose y levantando su playera. A lo largo de su espalda había algo escrito: lo que Haxe no pudo traducir en su lector en la imagen del grabado sobre la pared.

―Está en griego. Dice “Jassir y Lola”, me gustó mucho cómo se ve. Te quiero mucho, flaca…

Después de aquella muestra de afecto, el video se apagó. La manguera que lo proyectaba en el techo volvió a esconderse en el suelo y solo quedó la oscuridad y el polvo flotando alrededor. Haxe estaba conmocionado. No podía moverse y sentía coraje y culpa por aquello. Quizá Lola, la mujer de Jassir, había sufrido mucho su partida. Los agentes de seguridad del proyecto los habían matado con sus armas, a pesar de que habían ido de forma pacífica. Los archivos muestran que, veinte años después, el proyecto “Subsuelo Cero” empezó a funcionar de manera total y destruyó un gigantesco depósito de petróleo, causando una catástrofe ambiental inmensa que desencadenó la caída de la civilización otros treinta años después.

Haxe miró de nuevo el grabado de Jassir y la ballena en la pared y luego el esqueleto del animal sobre el suelo. Tecleó dos comandos en su lector y apareció la cara insectoide de su superior, Malior.

―¿Tarda mucho el procesamiento de ADN de criaturas muertas hace cientos de años? Tengo un espécimen intacto de esqueleto de ballena en este recinto ―dijo Haxe sin perder más tiempo.

Malior empezó a buscar en los archivos de su lector y se sorprendió con el resultado.

―Haxe, es usted un héroe. No tenemos ADN de ballena en nuestra base de datos, y quizá su hallazgo sea único. Todo acerca de estos animales está corrupto o está en archivos, pero nada tangible. Tardaremos quizá dos o tres ciclos solares en acabar. Traiga una muestra de inmediato.

Haxe se acercó al esqueleto y arrancó un par de costillas del animal. Acarició por última vez la cabeza de la ballena y miró hacia el grabado de Jassir. Le prometió ―como si le rezara― que haría lo posible para traer de vuelta la música a ese mundo silencioso y gris.

***

Diez ciclos solares después, la nave que orbitaba el planeta gris iniciaba sus procesos diarios, y Haxe se despertó para poner música. Tardó mucho para encontrar un archivo audiovisual de Jassir Reyes y encontró otro video, bailando junto a Lola en una fiesta de cumpleaños. A Haxe le gustaba tararear esa canción e incluso ya se había aprendido las letras del coro:

Cuando vayas al Caribe, ye ye ye ye ye… ¡No me digas que no te vas a acordar de mí…!

A lo lejos, uno de los habitáculos de la nave se estremeció con un gemido grave y profundo. La ballena que habían clonado de aquellos huesos estaba feliz, cantando a la par de la canción del video de Jassir, como siempre lo hacía. Haxe sonrió y salió corriendo para ver a su amiga.

La ballena nadaba en su gigantesco habitáculo, feliz y dando piruetas. No podían enviarla al planeta gris de vuelta todavía, porque el proyecto de reparación biológica de los océanos aún no se completaba. Muchas especies animales y vegetales ya estaban poblando de nuevo los continentes, incluso algunos humanos bien educados ayudaban a la especie de Haxe, los Anumar, a las tareas sencillas de repoblación. Pero el mar estaba silencioso de vida, a excepción de las olas que golpeaban las orillas.

La promesa silenciosa de Haxe a Jassir se cumplió varios ciclos después, cuando el primer sonido del océano restaurado fue el canto de la ballena, y después el salto de su enorme cuerpo fuera del agua, mientras en las casas de la playa, los humanos gritaban y cantaban nuevas alabanzas al pasado y el buen futuro que les deparaba.

―Gracias, Jassir.

Luis González ha dedicado veinte años de vida a la escritura. Alumno de la Licenciatura en Filosofía por la UNAM, ha colaborado con publicaciones en el blog de Editorial Porrúa y desde 2018 en la sección “El Rincón del Miedo” en Periódico Aquí Cuautitlán Izcalli, así como un par de cuentos con Penumbria y Cathartes Ediciones (Chile). Sus publicaciones físicas incluyen dos antologías de cuentos de terror (Sociedad Artística La Sangre de las Musas), fanzines (Zodiaco Demoniaco y Memento Mori, ilustrados por Matías Palma) así como un libro ilustrado con Sketchi Editorial (“Dragonarium Fallax”, también ilustrado por Palma).

Un comentario en "La música y los huesos"

  • María de Lourdes Saldivar González

    Gracias, gracias, gracias eres un gran ser humano y tú trabajo excelente,tu sigue escribiendo llegarán nuevas oportunidades en tu vida,te quiero.gracias x la dedicación para tu tío.

    Respuesta

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